El Dr. Carlos Alberto Arenas es Gerente del Área IX de Salud de la Región de Murcia y uno de los mayores expertos del país en gestión de la innovación en el sector sanitario. Además, es Vicepresidente de la Fundación Economía y Salud y el Coordinador General y responsable de la línea estratégica XI, dedicada a la “Innovación y sostenibilidad”, del libro de referencia publicado por esta fundación bajo el título “100 Medidas que Mejoran el Sector de la Salud”. Sobre esta área le hemos realizado una entrevista en exclusiva.
En la línea estratégica sobre innovación y sostenibilidad que coordinas en el libro “100 Medidas que Mejoran el Sector de la Salud” se habla, precisamente, de un concepto que parece muy innovador como es el de “fomentar la austeridad sabia”. ¿Puedes explicarnos en qué consiste y darnos algunos ejemplos de su aplicación en el sector de la salud?
Austeridad sabia es un término que acuñó José Ramón Repullo, profesor de la Escuela Nacional de Sanidad, y se refiere a las medidas que podemos tomar para no gastar más pero a la vez ganar en salud. Por lo tanto, tiene que ver con medidas a evitar. Hay muchas intervenciones sanitarias que podemos evitar, las más evidentes son aquellas que son pruebas que se duplican o redundantes que no aportan más información que la que ya tenemos. La historia clínica electrónica, accesible a todos los facultativos que ven a un paciente, puede evitar la duplicidad de pruebas.
Otras veces las intervenciones pueden ser peligrosas y los riesgos mayores que los beneficios potenciales que pueden ofrecer y, por lo tanto, hay que ser prudentes en su aplicación. También las intervenciones pueden ser inclementes, es decir empeoran o no mejoran la calidad de vida del paciente. O pueden ser desproporcionadas, como ocurre con el llamado encarnizamiento terapéutico, orientado sólo a ganar unos días de vida que muchas veces el propio paciente no desearía. Y también, hay intervenciones inútiles que suelen hacerse por tradición e inercia, pero que en la realidad no sirven para lograr lo que pretenden. Un ejemplo de ellas es la episiotomía en las mujeres en el momento del parto, que se puede evitar en más del 95% de los casos y lo único para lo que sirve es para producir una herida con más riesgo de infección y molestias para la mujer y que, sin embargo, en muchos sitios todavía se hace casi siempre.
Por todo ello, la austeridad sabia está muy relacionada con la prescripción prudente, el movimiento “choosing wisely” anglosajón y las estrategias de “no hacer”, que tienen mucho que ver con la medicina basada en pruebas y en la evidencia, que detecta este tipo de intervenciones sanitarias redundantes, inútiles, inclementes o desproporcionadas.
Teniendo en cuenta la definición de innovación como todo proceso que genera valor a partir del conocimiento y siendo el sector de la salud un gran generador del mismo, ¿podría convertirse en un referente en I+D e innovación que arrastrara a otros sectores?
Bueno, en parte ya lo es. Muchas de las innovaciones relacionadas con el sector salud nos facilitan la vida, pero la facilitarán mucho más en un futuro próximo. La salud y el bienestar van a ser cada vez más dos de las principales preocupaciones de la sociedad. La genética tendrá mucho desarrollo, al igual que los diagnósticos por imagen. En varios años es factible que haya robots capaces de hacer pruebas de imagen y avisar si ven alteraciones para que las confirme un especialista humano. Igualmente, estará a la orden del día la sensorización y monitorización para la medición en tiempo real de muchos parámetros de salud. Ya hay soluciones de este tipo para diabéticos y enfermos cardíacos, entre otros.
Por otra parte, la “Internet de las cosas”, conocida por sus siglas en inglés “IoT”, se desarrollará en gran medida para mejorar la salud y controlar las constantes vitales, y seguramente el desarrollo de la nano robótica experimentará un importante desarrollo gracias al sector salud para el tratamiento del cáncer y tumores, y también para arreglar vasos sanguíneos.
También las tecnologías de la información se han visto impulsadas por el sector salud, y especialmente todo lo relacionado con algoritmos y el desarrollo de inteligencias artificiales cada vez más capaces de pensar como un cerebro humano y superarlo en precisión y rapidez se desarrollará e impulsará gracias a este sector. En varios años, veremos cómo el diagnóstico de presunción serán capaces de realizarlo máquinas y robots, en base a un diálogo natural con nosotros donde abrigar una historia clínica y nos harán pruebas complementarias, de forma que si estamos sanos lo sabremos enseguida y cuando haya dudas y signos o síntomas de enfermedad nos conectarán con el médico para confirmar el diagnóstico. Es más, en casos de enfermedades leves, o enfermedades crónicas ya diagnosticadas y exacerbadas, será la propia inteligencia artificial la que nos dará recomendaciones de tratamiento y manejo en primera instancia.
Los expertos que tu coordinabas coincidieron en la importancia de lograr establecer estrategias claras de “no hacer” para la mejora de la eficiencia y sostenibilidad del sistema. ¿Por qué todavía no se ha producido una mayor implantación de las recomendaciones establecidas en este sentido por el Ministerio de Sanidad. Es un problema de comunicación, cultural, de resistencia al cambio, o de otra índole?
Es un problema multifactorial. Podemos empezar por cómo se ha planteado la estrategia “no hacer” en España. Se ha denominado “Compromiso por la calidad con las sociedades científicas”, un nombre largo y vago. Hubiera sido mejor directamente llamarla “Estrategia No Hacer”, es más claro y directo.
Por otra parte, su metodología es muy limitante; en concreto se ha pedido a cada sociedad científica que priorice cinco medidas “no hacer”. Luego se juntarán todas y se publicitarán a través del Ministerio de Sanidad. Pero limita mucho reducir las medidas a sólo cinco por cada sociedad científica, ya que así perderemos bastantes de las más importantes en el camino, y las sociedades han trabajado duramente para determinar un amplio abanico de medidas “no hacer”, del orden de decenas por cada especialidad. Hubiera sido mucho más enriquecedor incluirlas todas. En países como Australia, Canadá, Estados Unidos, y Reino Unido, donde se ha dado mucha importancia a este tema, se han publicado y publicitado absolutamente todas las medidas posibles. Es absurdo dejarse tantas en el tintero y limitar a cinco medidas por cada sociedad científica, independientemente de la carga de enfermedad y número de pacientes que trate cada especialidad. Además, esta selección de las medidas ha alargado mucho el proceso de comunicación y divulgación.
Por último, cabe señalar que es muy importante que este tipo de recomendaciones sean vinculantes, algo que no ocurre en España.
Gran parte de las conclusiones a las que se llegaron en el grupo de trabajo que coordinabas se refieren a mejoras en la gestión, desde los procesos de compra y el consumo energético, pasando por las listas de espera quirúrgicas y la asignación de tratamientos y pruebas, hasta la seguridad del paciente, entre otros factores. Siendo tan importante la gestión para garantizar la eficiencia y sostenibilidad del SNS, ¿crees que los profesionales sanitarios están suficientemente preparados en materia de gestión o deberían de complementar su formación en esta materia?
Tenemos un grave déficit de formación en gestión sanitaria en España en la etapa universitaria, en el pregrado. Aunque en el postgrado hay mucha más oportunidad de formación, a través de Másteres, si bien muy pocos están acreditados como oficiales por la ANECA. Así que el déficit de la formación en gestión en el pregrado, hace que la mayoría de los profesionales sanitarios acaben sus grados y especialidades con muy poca formación en gestión.
Por ello, no se suelen conocer los costes de las acciones y actos de los profesionales sanitarios y cómo optimizarlos, y éstos no suelen estar sensibilizados sobre el objetivo de no ser sólo eficaces sino también eficientes. Hay que buscar la efectividad al coste más contenido, ya que la mayoría de profesionales sanitarios ejercemos en el sector público que pagamos todos los contribuyentes con impuestos y, por tanto, es un imperativo ético para cualquiera de nosotros el ser eficientes. Para trabajar en el sector público debería ser obligatoria una formación mínima en gestión sanitaria a los profesionales.
Pero es que, además, a este déficit de formación que resulta dramático para la eficiencia en cada puesto de trabajo, se une el gran problema de la gestión sanitaria en España que es la falta de una separación clara entre la política y la gestión sanitaria; de forma que, por ejemplo, es frecuente que un cambio político implique el cambio sistemático de todos los gestores sanitarios de una comunidad autónoma. Esto es impensable en los principales países de nuestro entorno europeo o en cualquier país medianamente avanzado. Y esa influencia política en la gestión, hace que el profesional sanitario vea al gestor más como un brazo ejecutor político que como un técnico profesional, que se dedica a ayudarle en su labor y a ordenar las actividades a realizar. Hay pues, también, un cierto rechazo del profesional a la gestión que viene influenciado por ese binomio gestión-política, lo que hace que no quiera formarse en esa área.