“El impacto del empeoramiento de los indicadores de la Salud Mental de la población española sobre la economía será peor del esperado”

11/10/2021

Carlos Mur de Víu, vocal del Comité Científico de la Fundación Economía y Salud

El Dr. Carlos Mur es médico especialista en Psiquiatría, en la actualidad ejerce como director médico de las Clínicas CAT Barcelona, y profesor asociado en la Universidad Europea y en el University College Cork (Irlanda). Miembro de la Junta Directiva de SEDISA, ha sido director gerente del Instituto Psiquiátrico de Leganés y del Hospital Universitario de Fuenlabrada, en la Comunidad de Madrid. Asimismo, ha sido coordinador científico de la Estrategia en Salud Mental del SNS español, y presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática (SEMP).

 

Se ha mencionado en muchas ocasiones que el impacto de la pandemia COVID 19 sobre la salud mental de la población está siendo muy significativo. ¿Cómo se explica desde el punto de vista científico?

Es un conjunto de muchas variables a tener en cuenta. El confinamiento domiciliario (que ha afectado a 2600 millones de personas) y el distanciamiento físico y social interrumpen los procesos relacionales, fundamento de la salud mental: disponibilidad de apoyo social, interacción cotidiana y habilidades de afrontamiento. Por eso están asociados con niveles más altos de malestar psíquico e incluso de trastornos (por ansiedad excesiva, depresión, insomnio y síndrome de estrés postraumático), a pesar de los efectos protectores de los recursos sociales disponibles. Otro factor para tener en cuenta son los procesos de duelo acumulados por las diferentes pérdidas sufridas en la pandemia, por la crisis económica sobrevenida y por el miedo al futuro.

El impacto psicológico de la pandemia ha venido agravado por un exceso de exposición a la avalancha de información que se ha vertido a través de los medios, y aún más por las corrientes de desinformación y bulos que han circulado en las redes sociales.

El principal predictor psicológico ha sido el miedo a perder el puesto de trabajo, lo cual ha multiplicado por 6 el riesgo de padecer ansiedad o depresión en las personas que lo han padecido. Y no ha sido un miedo irracional: en 2020 se perdieron el 8,8% del total de horas de trabajo respecto al 2019, lo que equivale a 255 millones de puestos de trabajo a jornada completa en el conjunto del planeta. En abril de 2020, el 15% de los españoles estaban convencidos de la pérdida próxima de su puesto de trabajo. Si la crisis económica de 2008-2010 trajo consigo un incremento de un 19,4% de incidencia de trastornos depresivos, en esta ocasión será incluso peor.

Por otra parte, el cierre de los centros docentes y las restricciones de las actividades sociales aumentan los riesgos para la salud mental en niños y adolescentes, tanto a nivel emocional, como relacional y de aprendizajes. Los adolescentes (y adultos y niños) con trastornos psiquiátricos graves han sufrido cambios e interrupciones en su atención durante el confinamiento domiciliario, seguidos a medio plazo de un empeoramiento de los síntomas. La gestión de la incertidumbre, tan dañina durante toda la pandemia, ha sido peor en los colectivos más vulnerables. Y, por supuesto, el impacto en la salud mental de los profesionales sanitarios y socio- sanitarios, ha sido estremecedora.

¿Esta situación ya ha generado un impacto asistencial importante en el sistema sanitario?

Indudablemente. La demanda de asistencia sanitaria en los servicios de Psiquiatría y Salud Mental se ha incrementado hasta un 25% en casi todas las CC.AA. en los últimos 6 meses. A nivel mundial, según un estudio de la John Hopkins University, el aumento era más acusado en la franja de 18 a 29 años, en la que estos síntomas se multiplicaron por ocho, de un 3,7% a un 24%. El mayor impacto ha tenido lugar en la atención a niños y adolescentes, con listas de espera triplicadas, y dificultades para disponer de recursos de hospitalización, algo ya muy habitual en la población adulta. En agosto de 2021, un metaanálisis global de la Universidad de Calgary (Canadá), que ha reunido 29 estudios previos sobre una población total de casi 81.000 menores, descubría que uno de cada cuatro ha sufrido síntomas clínicos de depresión, mientras que el 20% ha padecido problemas de ansiedad, con una mayor incidencia en los adolescentes de más edad y en las chicas. Estos datos duplican las cifras previas a la pandemia, lo que convierte a los menores en “las bajas invisibles de esta crisis global”.

¿Qué medidas urgentes deberían impulsarse desde la Administración sanitaria para mejorar y revertir esta situación?

En estas últimas semanas, se ha hablado mucho de la renovación pendiente de la Estrategia en Salud Mental del SNS y de la propuesta de una nueva Ley de Salud Mental. No obstante, todo ello implica fortalecer un sistema de atención que ya es insuficiente. En la situación actual, se han de potenciar urgentemente los servicios de Salud Pública, la Atención Primaria y la atención hospitalaria, en especial para las crisis, pero también los Servicios Sociales y la participación comunitaria para una adecuada atención de la Salud Mental.

En los últimos años, se ha comenzado a relacionar de forma rigurosa la salud mental con el mercado laboral y la marcha de la economía. ¿La pandemia ha agudizado esta situación?

Sí, debido también a las consecuencias tan negativas de la pandemia en los indicadores macro y microeconómicos, y en el desempleo. Además de los factores genéticos y biológicos que provocan trastornos mentales, no podemos olvidar el importante componente biopsicosocial. Medidas decisivas para mejorar la situación son las reformas socioeconómicas y políticas necesarias para amortiguar las consecuencias del deterioro de la actividad económica del país, el desempleo y la precariedad laboral creciente. Disminuir las desigualdades y la pobreza es una vía muy importante también para cuidar la salud mental de la población.

La inseguridad, también en el terreno económico, actúa como un resorte en la cronificación de los estados obsesivos, de la ansiedad y la depresión. Y se ha visto desde el inicio de la pandemia, con el acopio de bienes de consumo por parte de la población. Un ejemplo que todos recordamos: Según los investigadores, el papel higiénico funciona como un símbolo puramente subjetivo de seguridad, no fue una cuestión de egoísmo o falta de solidaridad.